En mi caso, extraño tomar la mano (o los dos
dedos) de mi padre, ese hombre de semblante firme ante la adversidad, el
guardián de mis temores y secretos. El tiempo pasa y cuando esa ausencia marca,
el medicamento contra el dolor, puede ser tomar un respiro, hacer un alto y
ponerle “Play” a la máquina de la memoria y ver el desfile de recuerdos.
Con ello se comprueba que hemos caminado,
contemplando lo bello de un paisaje y lo duro de los días tormentosos, donde no
solo llueve en el ambiente, sino en el corazón. Precisamente en días como este,
donde una mezcla de emociones que uno no prepara ni asimila fácilmente, aparece
de un solo golpe al observar las muertas de agrado y cariño.
Por eso cierro los ojos, me dispongo a
buscarlo, a sentir los abrazos que compartimos, a gritar los poemas que nos
gustaban, a movilizarnos en las mismas calles que nos vieron combatir, él con
su pluma y puño en alto y yo con mi cámara y mi criminalización a cuestas.
Tengo el honor de haber visto sus lágrimas
caer, en momentos destinados solo para los dos; éramos tal vulnerables y
tiernos a la vez. Supe de su autoridad y severidad, porque ese fue su lugar, siempre
delante de todo y todos; no podemos invertir los papeles, aunque llegue el día
que necesiten de nuestro cuidado y amor, retrocediendo a los días de nuestra
niñez.
“Me miro en el espejo y veo tu rostro, el
tiempo que he sufrido por tu adiós…” es un fragmento que suena, como si el
destino fuera escuchar esa canción icónica de Juan Gabriel. Y compruebo la
realidad de ese estribillo. Veo mis facciones y hoy me pesa tu ausencia; mis
ojos acumulan el dolor de no tenerte a mi lado, buen hombre, compañero, AMIGO.
Felix Cesario, mi padre y a quien recuerdo en
estas líneas, hace casi dos años que no está conmigo. Se propuso jugar a las
escondidas en búsqueda de la libertad plena que se merece. Ambos odiábamos las
Matemáticas, pero como juego de números en el calendario, la fecha posterior a
la que hoy se conmemora a los padres en mi país, es la de su muerte, un 07 de
abril.
Hoy bebo el sorbo amargo del café y la silla
vacía. Pero, me permito esbozar una sonrisa en su honor. Me dispondré a caminar sin miedo por las
calles que me gritan tu ausencia y, sin hacer caso, me dirigiré a buscar el
susurro de la ternura, porque en ternura te has convertido. Ahí en ese lugar,
me cubriré de la tormenta, esa que inunda mi corazón.
¡Feliz Día Papá!
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