Plantón de organizaciones populares, frente a la entrada del Ministerio Público en Tegucigalpa, exigiendo justicia para Juan López. | FOTO: Sandra Rodríguez.
“Hoy lloramos
la partida
del hermano
guerrillero
pero es
mejor que sigamos
el ejemplo de su vida”.
Fragmento de una canción del Grupo LUZ Y FUERZA
Fue en la noche previa al
asesinato del paladín centroamericano. La oscuridad de las impunes calles, en las arenas
movedizas de esa ciudad. Era 14 de septiembre de 2024. Las autoridades del
terror municipal guardan silencio, los sepultureros de la palma hacen fiesta en
medio de la furia.
Las balas paralizaron su cuerpo. Horas
antes del crimen, había denunciado, de viva voz y por medio de sus escritos, el
normalizado culto al poder, usurpado alcalde al que le recorre impunidad por
sus venas. El recorrido de la violencia en Tocoa llegó a Juan Antonio López.
Conocí a Juan una noche mientras se
enfrentaba a la justicia, allá por 2018. Le hice un par de preguntas para un
reportaje que hacía para el medio donde trabajaba. Tenía la disciplina
revolucionaria de no buscar el espectáculo. Era del pueblo y lo pregonaba con
su conducta, sus escritos, su palabra en los espacios públicos donde lo
escuché.
Celebraba la vida por medio de la
palabra y su creencia cristiana. Un Pedagogo que no necesitaba de la petulancia
de la academia, su mejor aula de clase era dejar un mensaje diario con sus
acciones en la defensa de los derechos humanos. Ya había cursado la asignatura
de vivir con dignidad.
Cada escrito de Juan, era un latigazo
para quienes han cercado el departamento de Colón de miseria y sangre. Pero sería
un atentado contra su memoria solo pensar que su lucha era eso, Juan era un
visionario y propulsor de los cambios para un país más digno, a la altura de
sueños y luchas del movimiento popular, a donde él perteneció.
“Quiero tener los libros de tu papá”,
fue su petición en una de las pláticas más largas que tuvimos, a finales de
junio de este año. Para sellar el trato, me entregó su trabajo dedicado a
Carlos Escaleras Mejía (dirigente popular asesinado en 1997), publicado bajo el
sello del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC-SJ). Recuerdo,
además, su solidaridad en momentos duros de la criminalización en la UNAH.
Juan Antonio López tenía 46 años al
momento de su asesinato esa noche. Sus ejecutores, sobre todo los
intelectuales, ignoran que no podrán callar la defensa de los bienes comunes,
de realizar un ejercicio de la administración pública municipal con ética. Hoy,
cada punto de Tocoa deslumbra la luz de Carlos y Juan. El sol despunta por las
montañas usurpadas por los únicos usurpadores, los acaparadores de la tierra,
esos, que tienen sus manos y sus billeteras manchadas de sangre.
Nos queda el deber de usar cada plaza,
cada espacio público para exigir que no quede impuse su muerte; que sus
asesinos, los del gatillo y de la mente perversa no descansen en paz donde
quiera que se escondan en los rincones de esa ciudad que colinda en sus cuatro
puntos cardinales con la fuerza de un pueblo organizado y que da ejemplo de
lucha y dignidad.
Mientras tanto, Juan resume en sus cuatro letras la luz y abre camino hacia la defensa de la vida, en un municipio cuyas calles están anegadas en sangre.
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