La Madre, El Padre y El Crío | Foto: 2019 |
Previo a que la
memoria histórica hiciera explosión, tenía en mis manos una lectura de Camilo
Cienfuegos, una de las figuras implacables en el proceso de Revolución Cubana;
confieso que me fue fácil llegar a uno de los momentos bochornosos en la
historia de Julieta Castellanos, quien, en tono burlesco, hizo de una sesión de
Consejo Universitario, una algarabía del terror y la burla, donde nos comparó
(según ella para ridiculizarnos) junto con mis compañeros con Ernesto, Fidel y
Camilo, en aquella foto donde entran triunfantes a la historia de Latinoamérica.
Recorrí una
década sin detenerme; me pusieron los obstáculos que pudieron, con todo el
poder que saborearon. Seguí adelante, mientras en mi propia casa, en mi propia
universidad escupieron mi rostro y pisotearon mi nombre, el de mi padre. No hay
olvido ante la infamia; no se me olvida sus nombres, sus actuaciones y toda su
maldad junta para generar daño en expresiones máximas.
Cerca de la una
de la tarde, me llegaba la imagen de una resolución lejana, solo tengo presente
sus últimas dos palabras “… sobreseimiento definitivo”. Recuerdo las noches en las
que permanecí oculto en una embajada, pensando cuando se terminaría todo, la
imaginación del día en libertad era solo un espejismo en la mente aturdida. Con
el tiempo, pude sobrevivir a esas noches, al naufragio de mi enfermedad y al
terror.
Agarré el teléfono
e inmediatamente mi intuición tomó control y busqué el número de mi papá para
llamarlo y que nos dijéramos con aquella sonrisa de niños traviesos “lo
logramos”. Pero el tiempo es infame cuando se lo propone y hoy solo puedo verlo
en el viento fresco que cobija mi frente en donde escribo estas letras. Pero,
su paso digno por este mundo terrenal y la segunda edición de su poemario
CARCELARIA, dan el baño de paz que reviste mi alma, abandonada por su ausencia;
porque no aprendí a vivir sin él, porque necesitaba su eternidad para sentirme
protegido, para escuchar lo orgulloso que se sentía, aunque ocultó su miedo,
sus lágrimas en los días duros, donde nos atacaron sin piedad.
Pero no me quedaré con el grito. ¡LO LOGRAMOS VIEJO! ¡SOBREVIVIMOS CARAJO!
El mensaje de mi
libertad llegó a mi Madre, la maestra que tenía que revestirse de fuerza para
estar frente a sus alumnos, pero en la lejanía, sentía miedo, impotencia,
tristeza. Hubo días en que yo le robé la paz, porque no podía darle el gusto al
rectorado de las soberbias de verme terminado, sumiso, arrodillado ante su
brutalidad disfrazada de rescate de la academia.
Esta es mi
palabra, aquí dejo mi respuesta a la noticia que circuló esta tarde. Tres ex
líderes estudiantiles, hoy profesionales gracias al pueblo que con sus
impuestos aporta para el seis por ciento que sostiene la UNAH, hoy ven asomarse
con amplitud la libertad. Todo tiene su hora, o como diría el poeta Roque
Dalton, hoy tocó “El turno del ofendido”.
Desde el 10 de
noviembre de 2014, fecha en la que recibí citación para expulsarme de la UNAH
junto con 15 compañeros y compañeras, no tuve paz, recibí sus golpes, sus
injurias; pero mi dignidad les superó, actores del terror. Cometieron el error
de subestimar mi voz y mi palabra. Sin embargo, no guardo ningún sentimiento
adverso hacia ustedes, generar odio y venganza seria mancharme con el mismo
lodo que ustedes generaron.
Una cosa si les
dejo claro. La historia es implacable y nos ubica en su justa dimensión. Por
más que se justifiquen como “defensores de la democracia”, redactoras de cartas
con tinta y pisto ajeno, como académicas con careta de odio, como balbuceadores
en defensa del estado de la derecha; aunque se escondan como representantes del
país en Kuwait, les quedará minúsculo el escondite y serán señalados como
responsables de haber dejado una página negra en la historia de la Universidad
Nacional Autónoma de Honduras.
A nuestro equipo
legal, las organizaciones que nos apoyaron en todo momento, al movimiento
estudiantil, a los de siempre, les va mi ternura contenida en una lágrima que
cae como el punto final de una década que engendró la cátedra del terror.
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