Ramiro Sierra platica con mi padre, Félix Cesario. | Foto: Sandra Rodríguez |
Una de las reglas de la redacción periodística, es atrapar a su audiencia desde el titular. El cuerpo de la cuartilla no es lo suficientemente fuerte, atrayente o atractivo sin esa línea que recomienda o llama por sí misma al interés de leer.
Hoy, en un intento más de vencer la
página en blanco, este testimonio y el título de estos humildes (pero leales)
párrafos, se unifican en pro de reconocer la trayectoria y vida de un personaje
dedicado a servir a la academia y al periodismo.
Ramiro Sierra Rodríguez no necesita de tantos preámbulos. Nacido en octubre de 1937, en la zona norte de Honduras, donde realizó sus estudios primarios y secundarios.
Desde la trinchera estudiantil en el Frente de Reforma Universitaria (FRU), participó de los espacios de co-gobierno (Estudiantes y Autoridades) en el Claustro pleno y Consejo Universitario. Como trabajador, dejó su huella en la Editorial Universitaria y como docente en la carrera de Filosofía, así que, por el maestro hablan sus tres décadas de trabajo en pro de espacios democráticos y constructores de futuro en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).
Sus años de estudiante de periodismo,
lo llevó, además de culminar la carrera, a ejercer la docencia y, prontamente
la dirección de esta unidad académica; aquí dejo reflejado su compromiso con la
creación de los estudios de televisión, radio y fotografía. Todo esto,
ejecutado y enfrentado a quienes impusieron el terror en las aulas universitarias,
a mediados de los años 80.
Pero no es mi objetivo hablar
solamente de la faceta profesional, ampliamente conocida, del maestro Ramiro.
De esto, ya se encargó con excelentes resultados docentes y estudiantes de la
Escuela de Periodismo, sumado un reconocimiento de la generación de colegas que
cursaron su pensum durante los años 80, en el periodo del “director eterno”,
como denominan a Sierra Rodríguez.
Mi agradecimiento queda aquí para el
ser humanos con el que gozo de las pláticas con café compartidas. Esto hace
menos culposo para mí, el atreverme a cuestionar al tiempo por no haber sido su
alumno en nuestra querida unidad académica. Las anécdotas han sido el
equivalente a los cincuenta minutos de clase; cada una las atesoro con especial
cariño por su confianza en compartirlas conmigo.
Otro punto ha sido las muestras de
solidaridad en los momentos duros, el último, la muerte de mi padre. Fue de los
primeros en llegar a la sala funeraria y se mantuvo hasta la noche (un gesto
maravilloso tomando en cuenta que era viernes santo). Mostró fidelidad con su
ex alumno y compañero de labores; ambos se profesaron respeto y aprecio. El
viejo siempre expresó en los mejores términos hacia el Licenciado Ramiro, por
ser una de las personas que lo motivó a permanecer en esta noble profesión.
Inolvidable es pasar por alto una
anécdota compartida, con el permiso del maestro, lo hago: Para 1993, el
Embajador de los Estados Unidos, William Prince, realizó la donación de libros
a la Escuela de Periodismo y otros espacios académicos. Parte del protocolo
fueron las palabras del representante diplomático y otras, incluyendo, a la
hora de una especie de tribuna libre, la inesperada; Félix Cesario levantó su
mano y, en palabras del maestro Ramiro “yo pensé que iba a cuestionarle su política
hacia Honduras con la firmeza de sus palabras”, sin embargo, esbozó algo así
como “nos alegra que, en lugar de regalar armas, nos regalen libros que si los
necesitamos”.
Por temas de salud, me ausenté de las
actividades que organizaron en nuestra amada (y digna de mejores tiempos) UNAH,
particularmente por la Escuela de Ciencias de la Comunicación. Me hubiese
gustado ir y saludar al maestro de la vida, con su trayectoria de cuatro
décadas como redactor, producción y dirección de medios. Al que ha vencido la
página en blanco con su trayectoria basada en la honestidad y la firmeza de sus
convicciones.
Disfrute Maestro, usted se lo merece.
¡Hasta la Victoria Siempre!
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