En una de las pocas ocasiones en que asisto a una cafetería y no consumo, se juntó la mistad y el recuerdo de los buenos tiempos. Esa palabra, amistad, tan reflejada y magistralmente enseñada (en teoría y práctica) por mi viejo.
“Ya se tarda
Miguel”, expresa don Félix; venía de fumarse un cigarro retirado (por aquello
del humo) y estábamos a la espera no solo del maestro y amigo, Miguel Martínez,
sino que con la imploración de que nos salvaran la tarde en una ciudad triste y
moribunda.
Tenía un libro
para obsequiarle; “La terca memoria”, de quien considero uno de mis maestros en
el periodismo, Julio Scherer García, mexicano.
La fotografía es
infalible, no miente. Tomada en 1998, hace 22 años en uno de los salones de la
Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). En una de tres, se observa un
niño, cinco o seis años con sus manos hacia arriba. Cayó la moneda y con ella,
la decisión se tornó irreversible e inobjetable.
Se realizaba la
elección del próximo director de la Escuela de Periodismo; en tiempos donde el
voto estudiantil contaba, era determinante y el Claustro de Profesores también
realizaba su propio proceso. Hubo un empate y entre todos los métodos para
alcanzar un acuerdo, alguien sugirió la moneda de cincuenta centavos.
“Que la tire el
niño de Félix”, fue la propuesta de la asamblea de profesores para conocer al
docente que ocuparía el cargo. Tres imágenes quedan, una de ellas, se observan
a las maestras Silvia Vallejo, Vilma Gloría Rosales y Delia Mejía; al fondo,
Miguel Martínez, uno de los postulantes a dirigir la Escuela de Periodismo.
El pasado
domingo y pasados estos años, recibo en mi celular la fotografía. El niño que
ayer fui, que correteaba feliz por los pasillos del edificio 4A (hoy F1) y
disfrutó (como una segunda casa) el Centro de Documentación “Ventura Ramos
Alvarado”, le dio el triunfo a Miguel (Mike, para los amigos -más grandes-).
“Usted cambió el
destino de la elección”, me dice el maestro y amigo y nuestras risas lo
confirman. Con el tiempo se convirtió en mi maestro en las aulas universitarias
y la herencia de una amistad que permanece.
Justamente y sin
pedirlo, el regalo del maestro y esta fecha, cambiaron el rumbo de una tarde
plagada de tristezas, enojos y entuertos en mi faceta laboral.
Ahora, estos
momentos quedan en la memoria. La fotografía del niño que decidió una elección.
Eso y la sonrisa que me acompaña. Con eso basta.
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