“La tarde está muriendo
como un hogar humilde que se apaga”.
- Antonio Machado
A las cinco de la tarde soy el hombre más triste del mundo. Desde que ya no estás, mi camino no me lleva a tu mirada y tus pláticas. No tengo donde ir, húmedos mis ojos, atesoran el recuerdo maldito de tu ausencia.
Cargar la cruz de tu ausencia es el castigo más grande por no aprender a vivir. Ya no sirve de nada subir las gradas del algún lugar, porque es mentira que llegarás a un mejor lugar. Subo y pienso que te saco de camilla y nos vamos juntos a reírnos de la muerte y su última trastada. No te veo al buscarte en ese maldito pasillo en donde me recriminaste por no sacarte y dejarte descansar eternamente como vos querías, pero mi amor por vos confiaba en una recuperación rápida y poderte tener en casa.
Me quedé con tu herencia de odiar los hospitales por ser la guardería de la muerte diaria. Porque no existe nadie que te auxilie y cure las heridas del alma y las noches de insomnios, custodiando que tu sueño sea realmente recuperador.
A cada hora pienso en cómo será la mañana de nuestro abrazo. Lo pregunto y nadie me responde, quien sabe por qué me esconden la respuesta. ¿Dónde estás? ¿Por qué no me llevaste y te fuiste escondidas para no verme llorar? ¿Quién me cobijará los pies en la madrugada para no tener pesadillas?
El camino hacia tu libertad eterna es ahora el peso de solo contemplarte humano, espléndido con la flor en tu solapa y el amor en tus manos. Mi puño izquierdo es débil sin tu presencia firme en el tiempo y espacio.
“Me miro en el espejo y veo tu rostro”, la despedida de esa tarde, con tu mirada serena, fija hacia donde querías estar. Ya no eras de esta tierra. Cuando me di la vuelta, mi última mirada fue con tu rostro cubierto, vos ya sabías que no nos veríamos nuevamente. Yo no sabía, me aferré a un beso final para seguir caminando con mi propia cruz.
Tengo el carácter horrible y ya no estás para darme la calma, para regañarme; no estás para decirme con la convicción de tu visión de futuro que vendrán tiempos mejores. Todo sabe a llano y ausencia, solo las manos de mi madre me dan paz en cualquier punto de estas 24 horas de hastío.
Felix Cesario es el eco permanente de tu herencia de dignidad, el tatuaje eterno de tu lejanía, el nombre que resuena en los muros de la opulencia y en las conciencias traidoras y carroñeras. Cada vez que mencione tu nombre, será la victoria total en donde no habrá nadie que te llame cobarde o traidor a tus principios.
Pero cumpliste tu palabra hasta el final. Te fuste “con los paisajes, los lluviosos recuerdos y el encantamiento amarrado con un nudo ciego”. Soy el retrato de tus heridas, de las huellas de tu tortura. Soy tu eterno cómplice de la risa y la soledad.
"Tu promesa del retorno me dio el coraje para sobrevivir dolorosamente en este refugio de ingenuos y alacranes; en este charco del fango y el lirio, aquí, en donde solo pueden habitar los seres que se aman y se odian mortalmente hasta la muerte". Fragmento del poema La Ciudad.
A las cinco de la tarde soy el hombre más triste del mundo y siento frio en el alma Papá. El reloj es mi enemigo y por ello aprendí a no preocuparme por el curso de las horas. Mi brazo reposa en la soledad de tu mano ausente. Al final, escribo porque ya no puedo contener el grito montado en cólera reclamando amor en esta ciudad triste; o porque fue uno de los tantos esfuerzos que viste recompensada en tu vida, enseñarme a ser alguien y dejar huella en cada relato. No sé, solo escribo para vivir en soledad.
En algún lugar de la distancia, nos espera el café de la tarde con sabor a ternura. Vos poné la hora, ahora te tocará venir por mí. Todo está en su lugar, los matones a la derecha y los traidores a la izquierda. Todo está en la memoria, nada fuera del amor en el corazón del ideal exacto.
Pronto Papá, tengo miedo de estar solo.
07 de septiembre de 2023
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