Dentro de todos los dolores que camino en mi mochila, está la nostalgia, ese grito interno que clama la presencia del que ya no está físicamente con nosotros. Nuestra mano se torna abandonada de ese complemento que lee regala calor o ese símbolo de compañía en los buenos y malos momentos. Cada lágrima que cae se convierte en preguntas ¿dónde estará? ¿estará bien? En mi caso, extraño tomar la mano (o los dos dedos) de mi padre, ese hombre de semblante firme ante la adversidad, el guardián de mis temores y secretos. El tiempo pasa y cuando esa ausencia marca, el medicamento contra el dolor, puede ser tomar un respiro, hacer un alto y ponerle “Play” a la máquina de la memoria y ver el desfile de recuerdos. Con ello se comprueba que hemos caminado, contemplando lo bello de un paisaje y lo duro de los días tormentosos, donde no solo llueve en el ambiente, sino en el corazón. Precisamente en días como este, donde una mezcla de emociones que uno no prepara ni asimila fácilmente, apa...
Locura, información y reflexión